sábado, 27 de agosto de 2011

La capital no quiere a nadie

Tengo un fuerte ardor en mi pecho. Ansiedad, probablemente.

Pero la ansiedad, la angustia, las enfermedades del ánimo, del ánima, del alma; ¿no están todas relacionadas con un profundo deseo de ser amado? ¿sí? ¿amado por quién?

Mi creador se revuelca de risa. Bien pues, yo también me reiré. Mi risa falsa es aún mejor que mi risa auténtica, no hay problema. Mi risa auténtica es demasiado estruendosa, como la de mi madre, y provoca vergüenza ajena. Lo noto, porque no soy idiota, me doy cuenta de todo. No es agradable acabar de reír y sentir que algo anda mal con los que están a tu alrededor. Veo esas sonrisas torcidas, dibujadas a la rápida, intentando –malamente-, esbozar simpatía.

Ahora se va la mujer con la que podría haberme acostado. Mierda, la cagué otra vez. Ya van varias, de todas maneras. Termino acostumbrándome al sabor de la rutina, robando besos de mujeres que esperan a un hombre fuerte, no a un chiquillo miedoso, medio muerto, que busca un poco de comprensión...

...patadas en la cara! Ahí tienes tu comprensión: you’re in the jungle, babe… you’re goin’ down! Una guitarra eléctrica sube como un rayo de aquellas tormentas que nos hacen pensar que un Dios sí podría existir. Seguro que disfruta ahora mirándote cómo estás sentado en el baño de un departamento en un piso 15 con la ventana abierta mirando la tormenta. Ahí estás… cagándote de miedo, miserable. Los relámpagos iluminan la ciudad, y tú, ínfimo, necesitando echar una cagada en el peor momento posible, en medio de la majestuosidad de la naturaleza en tu cuadradito de luz del piso 15, de fondo una noche centelleante... arruinas todo el panorama.

La mujer se va finalmente: “un gusto hablar contigo, eres un amor”. Sí, yo sé que es un gusto hablar conmigo. Y es verdad, soy un amor: hablo bien, de cosas buenas, supongo que por ser joven aún… Mi ignorancia de las cosas me hace decir estupideces como: “…no te cierres, eres linda, inteligente [mentira, no tengo idea, pero lo parecía] y joven… entregarse una y otra vez es la única manera de seguir realmente vivo, sabiéndose borracho de vida… las malas experiencias son sólo eso…bla, bla bla”. Me llevo el premio de consuelo otra vez: ella se va con buen sabor de boca, y con esa misma boca me da un beso en la mía y me da las gracias. Como si yo fuera alguna especie de benefactor que no supo encaminarse, y en vez de ayudar a los niños en áfrica terminó en el bar de siempre elevando la moral de algunas mujeres a las que nunca dará el golpe final, quedando en la misma situación masturbatoria del colegio de curas. Un completo sopenco. Es verdad, las malas rachas siempre parecen eternas, es un lío, mis cruces son mi rebeldía y mi ya lerda insistencia.

Es así que se larga a llover a las seis de la mañana. Cocido en alcohol vuelvo por un camino que no había intentado nunca. No fue gran novedad. En mi barrio son todas las casas viejas, bonitas, distintas. Finalmente, cuando todo lo que ves es viejo, bonito y distinto del resto, termina por ser igual. Me llaman mucho más la atención aquellos condominios donde todo es geométricamente perfecto y todo está pintado del mismo color damasco, porque imagino que tras esa pulcritud se esconde la real podredumbre, esa que anhelamos los que vivimos dañados por la piel de lija de las capitales. Es bastante más digno mostrarse tal cual uno es: podrido, acabado. Es por ello que los vagabundos mueren de frío, no de viejos en un albergue. Eso, es dignidad. Esconderse tras pintura color damasco es, en cambio, verdaderamente espeluznante.

El ardor ya ha pasado un poco, el pecho ya se me desinfla, algo he perdido en el ajetreo. Dejo mi ropa mojada a un lado, enciendo la estufa y caliento mis pies al fin. Es verdad que uno puede sentirse victorioso en momentos así, es por ello que caemos en desgracia continuamente, porque somos capaces de contentarnos con tan poca cosa. Nos parece que porque hay otros que están peor que uno, debemos agradecer al menos los pies en la estufa. Que yo sepa también hay aquellos que están mejor que uno y que sin embargo son bastante más hijos de puta que el resto, pero se las han arreglado para estar arriba, probablemente porque mientras más cabrones, más arriba llegamos.

Sí, quisiera soñar esta noche. Quisiera tener visiones coloridas de un cosmos que bailotea al compás de vibraciones ancestrales. No las tengo, sólo tengo un poco de aire, una estufa que a duras penas lo calienta, y unos pies, que vuelven del camino del entumecimiento, en donde se ha quedado, sin embargo, el espíritu de un hombre que esta vez no tuvo a mano su arpón.

Santiago no quiere nadie, no es novedad.